viernes, 11 de febrero de 2011

Recuerdos de una excursionista


El otro día, no sé por qué, me dio por recordar mis excursiones al campo con el colegio y entonces me vino a la cabeza una pregunta como tantas otras que me vienen a lo largo del día: ¿Qué ha sido de las cantimploras?

Los niños de ahora no saben lo que son unas verdaderas excursiones al campo. Mientras que los niños de ahora presumen de móvil y de MP4, nosotros en los 90 presumíamos de cantimplora. Y es que las había de todos los colores y tamaños. Yo, sin ir más lejos, tenía una cantimplora de plástico de color verde con un tapón blanco, pero ahora, la cantimplora de mi primo Pablo (porque yo tengo muchos primos y cada uno tiene una historia) era la más molona. Tenía dos compartimentos y en uno echaba zumo y en el otro el agua, como todo el mundo. Con esa supercantimplora mi primo si podía chulear, bueno, podía chulear hasta que se bebiera todo y la cantimplora se quedara vacía como la de todos los demás.

Es entonces cuando cual excursionista en el desierto ardiente buscábamos una gota más de agua a pesar de saber que ya nos la habíamos bebido toda. Pero aún así nosotros no cesábamos en nuestra búsqueda y mirábamos pegando un ojo a la boquilla  de la cantimplora, la poníamos boca abajo y la zamarreábamos, pero nada. Y es que otra cosa curiosa de las excursiones al campo es que te entraba hambre antes de la cuenta, será que el aire libre abre el estomago.

Los niños de hoy día no saben jugar en el campo, no se manchan. Nosotros en cambio volvíamos llenos de manchas y churretes, con las rodillas llenas de heridas y los pelos revueltos y alborotados, algo muy común en mí pero no tanto el resto de los niños. Recordando esto me viene otra pregunta, ¿Dónde han ido a parar las postillas que tan bien quedaban en las rodillas y en los codos de los niños de los 90? Esas de las que cuando se secaban te gustaba quitártelas de poquito a poquito a pesar de que tu madre te decía que no te las tocaras que se te podía infectar.

Lo mejor era cuando a la vuelta, me bajaba del autobús con mi gorra del Curro de la Expo a pesar de que ya habían pasado las horas de solanera, con más churretes que la bombilla de una cuadra. Es entonces cuando mi señora madre me miraba y me daba un beso porque es mi madre, no porque le apeteciera, y es que la verdad, cuando volvía de una excursión campestre, daba grimita verme. Después del beso, mi madre me miraba bien, me cogía del brazo con una mueca de asco reflejada en ese semblante de madre disgustá y me decía: “Anda tira, tira, que vas a ir a la bañera de cabeza”.

Los niños de ahora no tienen infancia. No salen a la calle y sólo juegan a la wii. No saben lo que es una postilla ni un cardenal, ni saben lo que es viajar en un coche que no tenga cinturones de seguridad, y es que nosotros, somos unos auténticos supervivientes. 











sábado, 5 de febrero de 2011

Mi pequeño del alma


No es difícil ver por la facultad carteles sobre la donación de óvulos, en los que te invitan a ser donante y te informan sobre una sustanciosa remuneración por el esfuerzo que en estos tiempos de crisis no viene nada mal. Es entonces cuando me pregunto si las donantes lo hacen porque quieren ayudar a esas mujeres que quieren y no pueden ser madres o lo hacen por el dinero.

La respuesta a eso no la tengo, pero de lo que me he dado cuenta pensando sobre el tema es que a las mujeres nos hicieron para que todo nos costara el doble que a los hombres teniendo el doble de inteligencia, y es que hasta en los casos en los que pretendemos ayudar a que el parto lo tenga otra, nos cuesta lo nuestro. Desde el momento en el que una mujer decide colaborar y ser donante de sus preciados óvulos, tiene que someterse entre otras cosas a un examen ginecológico e incluso debe tener un asesoramiento psicológico.  

Y mientras que las mujeres se tienen que someter a todo tipo de pruebas, los hombres llegan y pum, ya lo tienen todo hecho. Hay mujeres que donan sus óvulos por solidaridad con aquellas que quieren tener hijos, pero lo de los hombres, eso si que no me creo que sea por simple altruismo. Yo creo que ellos piensan ¿Por qué no hacer lo que hago a menudo en mi baño en un sitio dónde además me pagan por ello? Así de injusta es la vida.

Algunos se dedican a donar esperma como el que dona sangre y sin darse cuenta tienen hijos desperdigaos por el país, porque digan lo que digan, esos niños que salen de ese esperma son sus hijos aunque no los vayan a conocer en su puñetera vida. Esos niños pueden salir con sus gestos, sus manías, su rasgos…vamos, que cualquier día se pueden encontrar por la calle con un miniyo. A mí sinceramente, me daría un no se qué encontrarme por la calle una niña con la misma cara que yo cuando chica, con el mismo moño a modo de palmera con el que me peinaba mi madre antaño y diciendo las mismas pachochás que yo a esa edad.

Lo cierto es que  con los adelantos que hay ahora se puede hasta tener niños a la carta. Según mi compi La Vero, a ella le gustaría ir a un banco de esperma para que le inseminaran con la semilla no de un geranio, sino la de un negro con los ojos azules, y así tendría más posibilidades de que el niño saliera mulato, que es un color muy sufrío, y con unos ojazos del color del cielo. Yo le he dicho que eso no es como la carnicería, además eso es suerte, porque los padres pueden ser muy guapos pero por una gracia del destino, el niño puede salir más feo que el escaparate de una ortopedia, y si no que se lo digan a La Pantoja y a Paquirrín, que con ese padre y esos hermanos tan guapos cuando se mira al espejo el pobre se tiene que cagar en las leyes de la genética y en la madre que parió a Panete.